Miguel Hernández, labrador del viento, muere en la cárcel de Alicante el 28 de marzo de 1942 a las cinco y media de la mañana. Poeta de triste destino, pedía a gritos subir una vez más a los escenarios para dar voz a un alma libre de mirada clara. Ángel fieramente humano, inconformista y apasionado, hombre cuyo carisma no aceptó las medias tintas y cuya coherencia e implicación es un ejemplo que no puede quedar en el olvido.
Viaje poético a través de la vida y obra de uno de los hombres más queridos y admirados de España; de esa España en la que nació y forjó su alma de poeta, la misma España que acabó con sus días. Tierra de trabajadores que le inspiró con sus grandezas y sus miserias, con su naturaleza generosa e implacable; una España que conoció y comprendió como nadie y que defendió y luchó como pocos.